miércoles, 11 de noviembre de 2009

LA ESTACION DE LA LUNA

Llegue a la estación casi a las 4:30 p.m. la misma cantidad de gente que días atrás, supongo que a estas horas todo mundo viene a esperar a alguien, todo mundo viene a encontrarse con alguien o simplemente a encontrarse, o a perderse.

Suena a lo lejos el silbato de la Luna que se acerca, la gente impaciente se acerca a las vías en espera de poder ver tras la estrella más cercana la luz de la Luna que ha hecho avisar su cercanía.

Yo no me levanto de la banca en la estoy, pues se que en esa Luna no vendrás tu, quizás porque me avisaste de tu impuntualidad, quizás porque he llegado una hora antes como siempre.

Por fin logra verse tras la estrella la luz de aquella larga Luna, las sonrisas iluminan los rostros de las personas que sin saber si llegara en esa Luna un par de brazos a los que aferrarse, se acercan impacientes y llenos de emoción.

Por fin llega la Luna a enfilarse sobre aquel anden, bajan muchas personas, y miro muchos abrazos, michas miradas empañadas por las lagrimas que los reencuentros traen, muchos besos, muchos silencios que dan paso a los diálogos de los corazones que dialogan diciéndose un te amo, te extrañe, me hacías falta, no vuelvas a irte.

Así como llegaba gente al encuentro de alguien mucha gente también se quedaba esperando buscando entres las cabezas un tono de cabello conocido, unos parpados familiares, unos labios aun con restos del recuerdo de un beso.

Así pasaron las primeras dos horas, y las siguientes cuatro y dos más, hasta que por fin un guardia se acerco y me dijo

-está por llegar la ultima Luna, después de quince minutos cerraremos la estación.

Faltaba poco para que dieran las 12:30 a.m. tan poco como veinte minutos, solo a lo lejos el silbato de la Luna que avisaba que estaba por llegar, esta vez la gente ya era muy poca, demasiado poca, quizás unos quince o veinte personajes, quince o veinte sonrisas, quince o veinte pasos hasta llegar al andén cerca de las vías.

Llego la ultima Luna y una vez más se lleno aquella estación de sonrisas, de miradas cristalinas llenas de emoción, de te amo, te extrañe, me hacías falta, te estaba esperando, esta vez dichas con prisa pues se había escuchado por el altavoz de la estación que estaban a punto de cerrar.

La gente apurada terminaba de vaciar los andenes el cometa que hacia el papel de conductor de la Luna bajaba de uno de los cuernos para dirigirse a checar su tarjeta de salida, el guardia me volteo a ver desde el torniquete que separaba el andén de los pasillos de aquella estación, antes de que pudiera dar un paso hacia mí me levante de aquella banca.

Llegue a casa casi a la 1:00 a.m. sabia la hora por los ladridos de los perros que como campanas de reloj ladraban quince minutos antes de la hora en punto.

Me quite el abrigo de encima, encendí un cigarro y salí al jardín a escuchar el silbato de otras Lunas, los ladridos de los perros, y una que otra ave que sin saber de horarios como yo cantaba de madrugada.

Así ya ves paso cada tarde, yendo a esa estación que está cerca de casa, a esperarte sabiendo que no llegaras, a encontrarte entre los reencuentros de los demás, a decirte en silencios ajenos todo lo que te diría si un día decidieras tomar la Luna de las 4:00 p.m.

Así paso cada tarde prefiriendo imaginar tu llegada en aquella estación a quedarme en casa torturándome con la idea de que quizás una tarde o noche bajes de esa Luna que retumba su silbato hasta mi puerta y no me encuentres esperándote entre la gente de aquella estación.

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