viernes, 18 de diciembre de 2009

LOS CONDENADOS


Tic tac, tic tac, tic, taaac

Tenía mucho tiempo desde la última vez que detuve el tiempo, hacia mucho que no lo detenía, pero esta vez no he sido yo quien le detuvo las manecillas al reloj, fue el recuerdo.

Esta vez se detuvo y no hubo colores devorándome, las paredes saciando su necesidad de pintura exprimiendo mis manos, no arrastre a los amorosos a encuentros, a asombros al despertar y verse juntos, verse encontrados, reencontrados, abrazados, despiertos en un beso, no, esta vez no ha pasado nada así, esta vez no quede embarrado en la superficie áspera de los muros, salpicado entre los edificios del centro, escurriendo sobre las esculturas de Bellas Artes, no esta vez no ha sido así.

Se detuvo el tiempo entre letras, entre letras que trajeron recuerdos, entre recuerdos de mutaciones, de transformaciones, de la muerte del hombre que fui para renacer como la criatura que soy, como el nomo que se desvanece entre óleos.

El reloj extendió sus manecillas, las enredo en mi cuello y asfixiándome me jalo hacia el centro de su rostro, mientras con una sonrisa burda las manecillas marcaban las 10 minutos para las 2

Jalonee para evitar ser devorado, me aferre al caballete, a las teclas de la lap, a la cama que no es cama y que solo hace la función de escritorio, de restirador. Me aferre a mis cuadros, a mi almohada rellena de caracoles, a los cables de mi mp3, a las bocinas que ya no retumbaban los cristales, me aferre, pero fui devorado.

Perdí la conciencia por la asfixia que las manecillas del reloj al apretarme el cuello me provocaron, desperté en la nada, en el limbo donde las cosas de mi mundo son creadas, donde la imaginación palpita o duerme, donde la batalla entre la realidad y mi irrealidad descansan con las espadas desenvainadas, donde no hay trincheras y el enemigo de clava en las pupilas del otro, donde no hay reposo, y aun entre ronquidos suenan el choque de los metales, de los filos desgastándose, de gárgolas gimiendo, de piernas apretándose, de desvaríos asesinados por el taladro de coqueteos, llegue a mi nada, desperté en mis latidos.

Contemple ese espacio vacío, las imágenes balanceándose sobre mi cabeza como cuchillas de guillotinas, cayeron cada uno de mis pasados sobre mí, no fue mi cabeza lo que decapitaron, fueron clavándose sobre ese pedazo infantil de corazón que tengo ahora.

No sangro, ya no sangraba desde aquel pasado, desde aquel domingo, desde antes.

Fue secándose entre humillaciones, entre cornamentas que épicamente brotaban de mi frente, fue secándose a cada caricia que mis manos no daban al corazón que tenía en las manos, o que quise creer que tenia, fue secándose entre insultos, entre desvergonzadas prendas que escondían el timbre del teléfono en cuartos de hotel, fue secándose entre hastíos, entre desganas, entre esa falta de entusiasmos, entre esa confusión de dos que hablan diferente idioma y cuando yo decía te amo, ella decía quiero deseo, cuando yo decía te amo una vez más, ella decía quizás, decía te amo y ella, ella ya había dejado de decir algo y todo lo que dijo lo desvaneció, lo olvido

Vi esas imágenes una y otra vez cayendo sobre mí, rasgándome el humo del cigarro, el sabor del café, el color de mis muros, vi como me fui perdiendo y deje de ser yo, y lo que pedía se lo di, aunque no fuera yo quien se lo daba, aunque no fuera de mi quien de lo esperara.

Me fui haciendo a un lado de su vida, para que fuera a sucumbir entre sus antojos, entre sus coqueteos vacios, entre las ganas que le respiraban sus muslos. Me hice a un lado mientras la esperaba en el rincón donde me había dejado, y al llegar un beso, un abrazo, una lagrima contenida, de alegría por verla regresar, de coraje por saber que había estado con alguien más, de miseria que es lo que era yo en aquel momento

Me hice a un lado para verla feliz, porque a mi lado no podría tener ella lo que deseaba, lo que buscaba, de mi solo podía tener amor, y ella no buscaba eso, no encontraba eso en mi, así que preferí hacerme a un lado y esperarla volver, y fingir que no pasaba nada, que la entendía, que no me dolía mientras ella fuera feliz, le mentí.

Me volví de a poco en un ser infrahumano, en esta bestia sin dolor y sin corazón, en un cuerpo habitado de miedos, de resentimientos conmigo mismo, de odios para mi, de corajes para mi, de insultos para mi, de lagrimas,

todas las palabras de odio las guarde para mí,

para condenarme en este exilio de amor, no porque no crea en el amor o en ellas, simplemente porque aunque ellas sean diferentes yo sigo siendo el mismo, y ese es el problema, y cometer los mismos errores una y otra vez sin aprender que no soy un hombre, que no soy más que la farsa de una figura patética que se arrastra lamiéndose de entre los pies los huesos fragmentados de lo que quedo de su corazón.

No hay que tenerle lastima a los condenados, no hay que sentirles pena, no hay que intentar rescatarlos, no hay que perder el tiempo, es en vano

Los condenados somos las bestias mas inútiles, más frágiles, nos quebramos ante todo, lloramos por el vacio que hay dentro, no por el que encontramos, por aquel que en ajenos corazones llenamos con letras o suspiros, no para nosotros, pues el hambre de latidos ya no existe, y la anorexia de vulgaridades y coqueteos nos mantiene a flote aferrándonos a naufragios y náufragos.

No hay desolación en los condenados, no hay dolor, ni rencor, no hay deseo, no hay ya un latido que busque ser encontrado, no hay que tenerles lastima, ni quedarse a su lado por compasión, de lastimas y compasiones nos llenamos, fueron ingrediente principal en esa transformación de ayeres, no hay que rescatarles por que no están agonizando, no hay que salvarles porque fueron hechos para vivir bajo esa ausencia de desolaciones, no hay que encontrarles porque no quieren ser encontrados.

Ahora en mi éter veo todo claro, el dolor va cesando, la angustia de esperas se pierde, desaparecen las convulsiones que el recuerdo trajo, el reloj aun está detenido, pero el frio se ha sentido y este infierno que ardía se va extinguiendo.

Miro mis manos de nomo, de bestia, de condenado, mis manos que no contienen nada ni a nadie, mis manos que todo lo sueltan para que viva, mis manos de las que nuevamente comienza a brotar el color, mis manos que frías se aferran a la Luna, mis manos con las que tomo el polvo de mi corazón y se lo doy de tragar al miedo, mis manos con las que por cobardía abrí las puertas de mi irrealidad para evadir el reflejo del hombre que no soy y no seré, para renacerme como bestia, como nomo, como condenado.

No busco lo que jamás encontré,

No espero a quien se que no nació y habita dentro de la Luna

No me quejo, no me muerdo los labios para no gritar un te amo

No pesan las cadenas porque no hay grilletes aquí dentro de mi éter, nada me ata y no ato a nadie para arrastrarle a esta condena, a esta ausencia de mí, a esta ausencia de todo, donde soy lo que cree, donde soy lo que del barro que fui cree dentro de mí.

No rescatemos a los condenados, no les salven, no les tengan lastima, no les busquen, los amorosos se quedaron en las letras de Sabines, van en un pergamino guardados en su equipaje, es parte de su canon, pero los condenados son tan solo los fracasos de un intento, de un latido del que solo queda el eco.

No hay que perder el tiempo rescatando a los condenados

Todas las palabras de odio las he guardado para mí.

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