domingo, 18 de octubre de 2009

VIAJE FRÍO A NINGUNA PARTE

Algunas noches son tan mágicas, que es capaz la vida de llegar tocarte la puerta e invitarte a un viaje especial, un regalo por algo, o yo que sé, el caso es que sobre todo en otoño llegan esas noches, así como llega el frio, o más bien con el frio de la mano.

Había pasado todo el día pintando, trabajando en la última etapa de un cuadro que te estoy pintando, ya sabes esa última parte en la que dedico más tiempo pues se trata de afinar detalles, de darte vida a pinceladas cortas, definiendo lo que quiero que resalte de ti, desde las nueve de la mañana me había sentado frente al bastidor a trabajarte, por la tarde simplemente Salí a comprar cigarros, nada diferente de otros sábados, en los que el bastidor me llama y me provoca a quedarme en casa contigo, trazándote, pensándote, hablándote sin esperar a que me respondas imaginando que sonríes cuando te descubro la clavícula o te alargo las pestañas.

A las seis de la tarde fue cuando salí por cigarros y Salí más que nada porque llovía y soplaba mucho viento y me llamaba el frio y no resistí su voz, así que como imaginaras tuve que salir.

De regreso entibie mis manos abrazando una taza de café, entibie mi corazón con tu recuerdo, y los pies, esos se quedaron fríos y húmedos por los tenis mojados que ya no me quise cambiar, mas por ganas de seguir frio que por flojera.

Me quite los lentes y me quise recostar un rato, después de tantas horas sentado frente al lienzo la espalda me lo pedía, y paso entonces que la vida toco mi puerta y me ofreció un boleto de ida a un viaje cálido en una noche fría.

Pasaban ya de las nueve cuando se fue la luz, la persiana de mi habitación estaba levantada dejando pasar la luz de un cielo cubierto de nubes rojas, el viento agitaba las ramas del durazno, y la pasionaria dejaba ver el purpura de pistilos, el silencio que dejaba escuchar los murmullos de la lluvia inquietaba, pero llenaba de paz mi mente.

Entonces tome mi abrigo, llene mi mochila con mi frasco de café y mis cigarros, una cuchara y un encendedor, y mi taza envuelta para que no se rompiera, tome las llaves de una casa vacía, de una casa que últimamente había sido triste, y me fui a encerrar dentro de sus muros.

La calle vacía y a obscuras, la gente suele esconderse en estos días, mas por inseguridad que por ganas de quedarse en casa acompañándose, tarde en abrir la puerta simplemente por querer disfrutar de una calle a oscuras y en soledad.

Entre y busque los mismos fantasmas que he buscado cada vez que voy a esa casa, entre y recordé su tragedia y las razones que la habían convertido en una casa vacía, entre y contuve el llanto como suelo hacer cada vez que voy a perderme en sus muros desde que se volvió solo eso un puñado de muros.

Encendí la estufa y calenté el agua, abrí la puerta que da al jardín y mire el cielo, deje que el viento entrara por debajo de mi abrigo, deje que el frio me llenara las pupilas, deje que el recuerdo me acariciara para sentirme vivo.

Fui por mi café y me senté en el pasto de aquel jardín, húmedo por la lluvia, frio por el abandono, lleno de recuerdos de mi infancia, de mis hermanos jugando, de mis tíos charlando, de tantas cosas que últimamente me provocaban llanto.

Poco a poco me fui sintiendo más cómodo en aquella obscuridad, pero la luz regreso y tuve que salir de mi confort para ponerme de pie y apagar la lámpara que alumbraba el jardín y regrese a mi oscuridad.

El frio entumecía mis manos, pidiéndome que abrazara mi taza tibia, el abrigo ya compartía humedades con el pasto, y mis tenis seguían recordándome que había llovido hacia ya un par de horas.

Me quite los tenis y los calcetines, mas por ganas de sentir el frio en los pies que por el deseo de que se secaran, y sentí el pasto que tan frio se sentía como vidrio.

Frote las plantas de mis pies una y otra vez sobre aquellos vidrios verdes, hasta que completamente mojados escurrían ya las gotas de lluvia entre mis dedos, me puse de pie y con las manos dentro de los bolsillos de mi abrigo camine sobre el jardín.

Y camine por los recuerdos de mi niñez y camine por el columpio que ya no estaba, y por la granada de que se había ido, y entre la higuera que hacía años ya había dejado de dar higos dentro de ese jardín, también se había ido, así como se había ido mi familia y las charlas por la mañana y el café de la cena, y la gelatina por las mañanas con fruta y yogurt, y las sonrisas y los pleitos entre hermanos, y las reconciliaciones entre juegos y capas y espadas y unos patines que jamás aprendí a usar, y un proyector con películas de 8 milímetros abriendo sobre las paredes la puerta hacia Nunca Jamás.

Entre recuerdos me llegaron las primeras lagrimas, las que no contuve porque no tenía ganas de contener, las que nacieron por coraje, por impotencia, por injusticia, por la ambición de unos idiotas que no sabían hacer más que destruir lo que ellos jamás podrían construir.

Llore en el rincón donde estaba la lavadora, llore acurrucándome bajo el ficus que pode una mañana dándole forma de bonsay para que sonriera mi tía, llore hasta que mi cabeza quedo enterrada entre mis rodillas.

Pero el viento soplo y seco mis lagrimas, y me hizo levantar de nuevo la vista al cielo y entre las nubes vi las luces de un avión y recordé entonces lo que mis pinceles me habían dado, y recordé la beca a Canadá, y recordé las galerías, y recordé los días de lucha, las noches encerrado sumergido entre óleos, entre gises paste, entre imágenes que rondaban mi cabeza y que al frotar de mis dedos iban materializando mis sueños, y recordé como comenzó todo.

Como nacieron las primeras manchas de color en mis manos, como me llene de color la cutícula, como se lleno la ropa de mi closet de colores, recordé los trajes escapando del closet, recordé las corbatas haciendo una madeja que termino dentro de una bolsa, recordé los zapatos de suela de cuero anidándose en cajas y los sacos y las camisas y todos esos disfraces de tres piezas, de corte ingles, de botones cruzados, de calcetines obscuros de marcas que ni sabia pronunciar, recordé como se llenaron tres bolsas negras que parecían llevar los cadáveres de alguien dentro.

Y la cara de mi familia pensando que había perdido la razón cuando vieron aquellas bolsas llenas y mi closet casi vacío, y un par de mezclillas y unas sudaderas y tres playeras negras, y dos pares de tenis y un espacio vacío dentro de mi closet que se fue llenado de material y de cuadros terminados.

Recordé las mañanas entre bibliotecas y museos, aprendiendo, estudiando, metiéndome en las pinceladas de otros para poder encontrar las mías, recordé esas mañanas frías, caminado en el centro buscando un café abierto donde sentarme a escribir, a dibujar, recuerdo los días en que Coyoacán era mi primer parada mientras me tomaba un moka del jarocho y sentado en una banca me llenaba de colores y de historias que iba dibujando a pluma sobre mi cuaderno, y estudiar cómo se veía una falda, y estudiar cómo se veían las plumas de las palomas que se sentaban a mi lado posando y presumiendo, claro tenían derecho a fin de cuentas ellas si podían volar.

Recordé los paseos con mi caballete de portafolio, sacando a pasear mis cuadros por las calles de una ciudad fría, y sentado sobre una banca de parque hablarle a la pintura y contarle lo que veía y explicarle las cosas y de vez en cuando ser tres quienes hablábamos, mi cuadro un extraño y yo.

Recordé las dudas sobre el camino, los miedos al fracaso, recordé las ausencias y las distancias que se fueron formando mientras más se formaba mi camino, recordé los olvidos, las citas pendientes, los amigos que ya no llamaban y las voces nuevas que iba escuchando a mi andar, sobre todo la de la vida que tenía una manera tan especial y mágica de recordarme lo que yo era cuando las dudas aparecían y me llenaban de parálisis los dedos y los sueños.

Recordé el viacrucis que era comprar los bastidores, y caminar las veinte cuadras con abrigo por las mañanas y de regreso colgar el abrigo de la mochila porque el calor que daba el peso de los bastidores me hacia sudar las veinte cuadras de regreso, y lidiar en el metro para que me dejaran entrar, y en el camión para que me dejaran salir, y desde allí comenzaba el coqueteo entre los lienzos y el cuadro que pocos días después quedaría terminado.

Recordé el primer día de clases y el segundo y la primera exposición de mis alumnos y la primer sonrisa de uno de ellos cuando veían que si sabían pintar y que eran “artistas”, y el orgullo que me daba verlos crecer como tales.

Recordé las llamadas en ingles, las cartas redactadas en otro idioma, las tardes buscando la mejor luz para tomarle fotos a mis cuadros y enviarlas por paquetería hasta Canadá donde el frio me decían era mayor y allá nevaba.

Mire mis manos y aun después de tantos años seguían llenas de color y la cutícula azul y el frio jugando entre mis dedos, y volví a llorar en el jardín pero de felicidad, por agradecimiento al viento y al frio y a la vida por dejarme ser quien soy sin remordimientos.

La taza ya estaba vacía, y el frio invitaba a preparar una taza más, así que me levante del pasto y fui a calentar el agua.

No sé qué hora seria pues sabes bien que no uso reloj, pero supongo que serian cerca de las cuatro de la mañana o quizás las tres porque entonces llego con el viento el recuerdo más tibio que tengo dentro del corazón, el recuerdo de lo que amo y casi siempre ha sido a las tres de la mañana cuando mas late mi corazón.

Regrese al jardín con la taza en la mano, los pies descalzos y el abrigo ya no tan húmedo, encendí un cigarro y me senté en las escaleras del cuarto de atrás, mire el cielo y entre aquellas nubes se abría un espacio pequeño que dejaba ver el cielo, no se veía la Luna pero sabía que allí estaba, no se veían estrellas pero sabía que allí brillaban, así como tampoco te veo y sé que estas a mi lado, que has estado desde que latió mi corazón por amor la primera vez.

Y llego una vez más el viento y golpeo mis manos, y recordé entonces como se sentía tener unos dedos perdidos entre los míos, las mañanas frías caminando de la mano por el centro de Xochimilco, y el frio de los amaneceres en Cuernavaca o en Tepoztlán, las madrugadas en algún café de 24 horas, las ojeras compartidas, el vino un fin de año sobre una cama de hotel en San Miguel de Allende, unos labios rozando los míos regalándome un beso para entibiarlos.

Recordé las charlas sobre los jardines de un museo, la extraña manera en que bajo interrogatorio explicaba mi manera de ver la vida, los cuentos inventados por la noche para invitar a Morfeo a abrazar a alguien a mi lado.

Recordé la piel desnuda bajo una sabana de algodón, los pies frotándose fríos, las cabezas cubiertas y un cuerpo acurrucado entre mis brazos refugiándose del frio, y de la soledad, y del olvido y de las heridas y del recuerdo de un mal pasado, de amagos ayeres que habían dejado lagrimas y que con ternura me fueron revelados, y yo sin hacer más que perderlos en aquel momento tan tibio, tan en silencio, tan lejano ya a la llegada del amanecer cuando en sus pupilas veía que no solo faltaba la ropa, también el miedo había desaparecido y una sonrisa de madrugada y contemplar una cabellera enredada, unos ojos hinchados, una piel pálida como resulta ser al despertar, y mucho mas ligera ya de pesares.

Recordé la quietud con que la desnudez de una piel se veía bajo la luz del televisor encendido, o las luces de una calle que en silencio era cómplice de aquellas huidas.

Recordé las esperas en algún café, los abrazos en el andén del metro o del tren, y envolver un aroma entre un abrigo gris, y las chapas de frio en un rostro pálido, y las chapas de amor en una madrugada fría, y las chapas de la Luna una noche bajo las pirámides mientras sobre el tezontle como capullo usábamos un cobertor, y lo difícil que fue ponerse de pie y caminar por que el frio en los pies hacia que dolieran a cada paso, y aun así caminar abrazados.

Recordé los reencuentros después de una ruptura, y a pesar de los engaños y de lo duro que pudiera haber sido aquel dolor, quedarse con lo bueno de la relación y seguir de la mano como amigos, y agradecer por los momentos, y perdonar lo que se tenía que perdonar, lo que a pesar o quizás por las repeticiones ya no dolía, y admitir la culpa incluso, esa que uno carga en el momento que descubre que le han sido infiel, y admitir que el descuido de este lado pudo haber orillado a que fuera una relación de tres aunque solo dos lo supieran y yo simplemente lo sospechara.

Recordé las imágenes a lápiz o pluma creadas una madrugada mientras la ropa doblada descansaba sobre una silla, recordé las miradas coquetas invitándome a dejar el dibujo para emprender una actividad más tibia, los pasos descalzos sobre una alfombra, la dureza de un piso que se volvía una cama, de un sillón que se volvía un barco, de un deseo que se volvía piel, y de mi frio que se volvía ternura cálida.

Recordé las palabras susurradas al oído, a obscuras, bajo las sabanas, bajo un abrigo, bajo un árbol, por las tardes, por las mañanas, por las noches y mas tibias de madrugada, recordé lo que la palabra amor trae con el frio, y lo que un adiós en el portal de una casa alimenta una esperanza, y saber que quizás no fui tan malo, saber que quizás al día siguiente habría un día siguiente, y que la soledad era soledad cuando se tenía con quien compartirla, y el frio, el frio no era y es más que el mejor pretexto para sentirse cobijado entre unos brazos.

Recordé que no estabas en ese momento, que estas tan lejos o que quizás no llegaste, recordé que te esperaba, que te espere todas esas veces que me cobije y que cobije, todas esas palabras te las dije esperando que fueras tu, todos esos besos se volvieron infinitos por que quise que fueras tu, todas esas caricias y batallas, y encuentros y desencuentros y un adiós y mil te amo, todo eso, fue para ti, nació para ti, murió porque quizás no fuiste tú, porque tenias que irte, porque se hacía tarde, porque alguien más te esperaba, pero en su momento lo fuiste,

Y ame y te ame, en cada mano, en cada suspiro, en cada nombre que pronuncie para llamarte, para decirte que desde el principio quise que fueras tu, y que mi amor no esperaba confirmación de tu parte, ni de la mía, pues nacía para saberme vivo, nacía por qué no sé hacer otra cosa más que amarte, aunque no fueras tu, aunque siempre hayas sido tu, aunque tú, tu estés tan lejos de aquí una vez más, y yo no sepa si llegaras o si estas planeando un regreso con otro nombre, con otro rostro, con otro color de cabello, con otra voz, pero con el mismo amor que haces brotar en mi, y sea esta vez una vez más que te tengas que ir o quizás esta vez te decidas a quedarte, y ser lo que has sido desde siempre, y amarte como te amado todas las veces, y que esta vez no digas adiós.

Y llore una vez más, quizás por soledad pero creo que mas por esperanza, por deseo de que llegues, por anhelo de poder compartir contigo lo que este viaje a ninguna parte me ha recordado, y te he recordado.

Ya el ruido de los autos comenzaba a romper el silencio, así que supuse que pasaban ya de las cinco de la mañana, tome mis calcetines aun húmedos, y metí mis pies a los tenis que se sentían mas fríos que el pasto sobre el que caminaba, guarde mi frasquito de café, guarde mi taza, guarde mis cigarros, y guarde también el recuerdo de una noche tan mágica, en la que el frio vino tomando la mano de mi vida para recordarme en flashback lo que ha sido el frio en mis más tibios recuerdos.

Regreso a casa y me siento vivo, la calle iluminada por las luces del alumbrado público colorean el asfalto húmedo de la calle de un color naranja, el cielo aun se ve cubierto de nubes rojas, se escucha el sonido de un avión y levanto la mirada antes de entrar a casa pero no veo luces, miro las copas de los arboles moverse por el viento, agitando sus ramas como si el viento se despidiera esta noche, sonrió por mis locuras, y cierro la puerta.

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